Un viaje a través de la historia del alpinismo

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El primer alpinista: George Mallory

Cuando hace casi un siglo y poco antes de partir hacia la conquista de la cumbre más alta del mundo, alguien preguntó a George Mallory por qué quería escalar el Everest, él se limito a responder: “Porque esta ahí”.

De las grandes cuestiones que despiertan inquietudes en el ser humano, y la razón de la existencia del alpinismo no es una excepción, nacen las respuestas más sencillas y clarividentes.

Sólo aquellos que hayan estado en la cumbre de una montaña tras vencer las dificultades, entenderán tan irracional, y a la vez, genial respuesta. Mallory representa fielmente el concepto de alpinista, alguien capaz de desafiar toda lógica con el único fin de encontrar un camino hacia lo inexpugnable, lo inútil, lo incierto y lo desconocido.

Jamás sabremos si pisó o no la cumbre del Everest en su tentativa del año 1924 pero ¿acaso importa?. Mallory ya había abierto la puerta hacia la cumbre y se había convertido en un alpinista inmortal.

Primera expedición al Everest (1921)
Primera expedición al Everest (1921)

Los preludios del alpinismo

Las montañas ya existían mucho antes que el hombre y la historia de coexistencia entre ambos no se remonta demasiado lejos en la historia de la civilización; en las altas cumbres o en los esbeltos picos no había nada que el hombre necesitara para sobrevivir y mucho menos para vivir, era ese mundo desconocido y temido al que no era necesario acudir.

Si bien es cierto que algunas cumbres asequibles o sus laderas fueron asediadas por el hombre ya en la Edad de Bronce con fines de supervivencia, en busca de refugio del enemigo o al hallazgo de alimento para el ganado, no fue hasta hace sólo 1500 años que se tuvo constancia del hecho de subir a una cumbre por el mero placer de descubrir lo que había en las alturas, sin ninguna necesidad más:

Las ascensiones de un obispo al Mont Valier en el siglo V., la del rey Pedro III en el año 1276 al Pic Canigó, la de Petrarca en el siglo XIV al Mont Ventoux o del capitán Carlos VIII al inaccesible Mount Aiguille en el año 1.492 no son más que algunos ejemplos de los preludios del alpinismo.

La primera ascensión al Mont Blanc: Un pequeño apunte en la historia

De todas maneras, no fue hasta muchos años después, con la anhelada primera ascensión del Mont Blanc 4.810 mts, que el alpinismo se instauró como una disciplina particular que ya no dejaría de evolucionar hasta nuestros días.

Aunque muchos recuerden el 7 de agosto de 1786 como el día que Balmat y Paccard alcanzarón por vez primera su cumbre, no es justo. La cumbre más alta de Europa ya había sido “conquistada” de manera conceptual unos meses antes, cuando Balmat se extravió en un anterior intento bajando del Dome de Goüter y tras vivaquear solo a 4.100 mts, sobrevivió. Hasta ese día los glaciares y las altas montañas eran territorios diurnos, y se pensaba que si la noche te alcanzaba dentro de ellas, la muerte era el precio a pagar. Y esa noche, ese vivac lo cambió todo.

Jacques Balmat y Michel Gabriel Paccard

No existe mejor idiosincrasia para definir el alpinismo que la dificultad en alcanzar la meta y las enésimas tentativas que hay asediar para alcanzar dicho fin. Con ese bivac Balmat demostró que los imposibles no existían y que sólo era cuestión de tiempo y tenacidad alcanzar esa cumbre, y por ende todas las demás. Como así sucedió y sigue sucediendo…

¿Qué es el alpinismo?

La dificultad, compromiso y altura son las tres cualidades que mejor definen al alpinismo y lo convierten en un acto completo de incertidumbre. Si no hay duda, el desafío no existe. El alpinismo no tiene que ser un conflicto entre hombre y montaña, sino justo todo lo contrario, su armonía resultante, y como tal, variable.

Es un ente de hielo, nieve y roca que ha tenido una evolución constante durante estos últimos dos siglos. Tanto la revolución del material como sobretodo la conceptual de buscar “el más difícil todavía” han permitido superar dificultades consideradas hasta entonces como inconcebibles.

Dentro de la anarquía vertical que impera en el mundo alpino, cada uno debe ser coherente consigo mismo y escoger su propio camino, porque en dicho trayecto se esconde la auténtica cumbre.

Y no hay que olvidarse de la singularidad intrínseca que conlleva hacerse alpinista, apasionarse por las alturas… Esa seducción es tan infinita como montañas existen en el mundo, nunca cesa. Ya lo dijo Maurice Herzog una vez conquistado el primer ochomil: “Hay otros Annapurnas en la vida de los hombres”.

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Josep Esteve Roger
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